lunes

Parques interminables.

Llovía. Llovía fuerte, como nunca hubiese llovido antes en esa ciudad perdida del sur. La joven caminaba con el paso cansino, las manos descansaban en los bolsillos de su sobretodo oscuro. Caminaba con la cabeza gacha, con los ojos angustiados. Caminaba para escapar de todo eso que quedaba unas cuadras detrás. Caminaba porque correr no tenía poesía.
Las gotas resbalaban por el poco cabello que había decidido dejarse, y se inmiscuían entre sus ropas, como buscando rozar su piel para enfriarla aún más. Y ella las dejaba.
El sonido de la lluvia tiene un no se qué cautivante, algo que la obliga a escuchar y a mantenerse debajo, algo que hipnotiza y embriaga.
Ella había decidido dejarse llevar por las calles más lejanas, como si eso evitara de algún modo a las masas ruidosas que tenían la molesta costumbre de poblar cada esquina, cada vidriera, un sábado por la noche.
No lloraba, tampoco tenía razones. Simplemente iba como si le fuera la vida en ello, sin pausa, a cada paso más agitada.
Y en la ciudad llovía.

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